El físico de
partículas y premio Nobel, Steven Weinberg publicó en 1977 un libro de
divulgación titulado “Los tres primeros minutos del Universo”. Su autor no
quiso hacer un libro de divulgación sencillo al estilo de los best seller que
surgieron décadas después. Cuenta con notas matemáticas y su razonamiento (a
veces un poco pesado) es impecable. Personalmente es uno de los libros que más
han influido en mi vida junto con la obra del prof. Francisco Villar (uno de los grandes indogermanistas españoles). La
contribución de Steven Weinberg a la física es extraordinaria. Junto con Abdus
Salam y Sheldon Lee Glashow fueron capaces de unificar la fuerza
electromagnética con la fuerza débil. Recordemos que Maxwell inició este camino
unificando la fuerza magnética y la eléctrica. Si un lector actual lee “Los
tres primeros minutos del Universo” verá que desgraciadamente esta genial obra
ha quedado desfasada en tan solo 42 años. Weinberg no puede decirnos nada antes
del 10-2 segundos del Big Bang, cuando hoy se comienza con la era de
Planck, 10-43 s, las temperaturas típicas de cada era no coinciden
con las actuales, ni el valor de la constante de Hubble, no introduce en sus
cálculos los efectos de la energía oscura, etc. Sin embargo, es una obra
extraordinaria, en ella se percibe la lógica, el rigor y el amor a la ciencia.
Si los cálculos están hoy desfasados, los conceptos y el método siguen siendo válidos.
Su exposición se construye basándose en al la expansión del universo, la
radiación cósmica del fondo de microondas, el espacio-tiempo, en la entropía,
la dualidad corpúsculo onda, el efecto Doppler, la combinación de las
ecuaciones de la masa en reposo y la expresión de Boltzmann kbT, la
conservación de: la energía-masa, del momento, del número bariónico, leptónico,
etc. Son los conceptos abstractos los que durán en el tiempo, no los cálculos.
Hoy en día, con los cálculos que publicó Hubble nadie diría que las galaxias se
alejan con una velocidad que es proporcional a la distancia entre ellas. Si
miramos los estadísticos de los gráficos de Hubbles muestrán una linealidad
pobre. Fue el concepto de un Cosmos en expansión, no estático el que encendió
la imaginación de las grandes mentes.
¿No percibimos algo similiar al leer los
grandes textos indoeuropeos? En la Ilidada, la Odisea, el Mahabharata, el Ramayana,
la Eneida, ¿no encontramos una lógica en las acciones, una psicología, una
descripción del Cosmos basadas en unas premisas y en unas reglas que las hacen
predecibles y racionales? Muchos científicos actuales creen que la ciencia
actual será inmutable. Se creen que a sus modelos no les pasará lo mismo que a
los de Euclides, Aritóteles, Ptolomeo, Newton, Einstein, etc. ¿Qué pensará un
científico del siglo XXV cuando analice nuestro cálculo diferencial con sus
conceptos de infinetésimo, infinito, límite, derivada, integral? Seguro que le
parecerán toscos, arbitrarios y sin la elegancia que debe regir el pensamiento
matemático. Sin embargo, dejando al lado lo caduco en todo saber, un matemático
del siglo XXV observará en las matemáticas del siglo XXI el esfuerzo de mentes humanas
por avanzar en el conocimiento de realidades abstractas que solo se pueden
alcanzar con la energía de la imaginación. Valorará los métodos ingeniosos que
permitieron aproximaciones a la verdad (episteme) desde posiciones inseguras (doxa).
Nuestra visión
del Ásatrú investiga en los mitos ancestrales de nuestro pueblo, las leyes que
rigen nuestra evolución intelectual y material con el objetivo de acelerar
nuestro desarrollo espiritual y científico. El Big Bang puede llegar a
convertirse en un mito, si es lo suficientemente sólido para dar respuestas a
nuestro pueblo durante milenios, como los siguen haciendo en la actualidad las
Eddas, la Ilidada, el Mahabharta, la Odisea, el Ramayana, etc. Hay está el reto
de los grandes cosmólogos actuales, crear una teoría que sea digna de Snorri, de
Homero y de Hesiodo. Los mitos guían nuestras vidas, forman parte de nuestros
arquetipos. Hacia lo infinito del Cosmos dirigieron sus mentes nuestros
ancestros, dieron el nombre de los Dioses a los planetas y las constelaciones
visibles. El paso de los días, meses, estaciones y años se regía por la
observación de las estrellas. El descubrimiento del disco de Nebra en 1999 en el monte de Mittelberg, Sajonia-Anhalt
(Alemania) datado en 1600 a.e.c. nos muestra como en el Neolítico nuestros
ancestros conocían la posición de las constelaciones (Pleyades, Pesebre,
Delfín, etc.), la luna y el sol en los solsticios y equinoccios. También es
sorprendente su elaborada construcción en bronce (2050 gramos), la inscrustación
de 32 estrellas sobre los aguejos y su remachado, el sol, la luna y la barca
solar. Los investigadores han podido ver que con el paso del tiempo fueron
modificando la colocación de las estrellas, lo cual podría indicar que fueron
capaces de comprobar que las estrellas no están fijas respecto a la Tierra. ¿Por qué colocaron nuestros ancestros una barca solar? ¿Se imaginaban navegando por las infinidades del Cosmos como hacen los Dioses? En todas las mitologías Indoeuropeas los Dioses proceden de las estrellas. Nuestros átomos proceden del núcleo de las estrellas y de la explosión de Supernovas. La creación de mitos nunca se detiene, si se detuviese nuestra espiritualidad habría fallecido. A diferencia de la ciencia académica o del arte guiados por modas, nuestros mitos son eternos. Fueron creados por el pueblo a lo largo de los milenios. Si la actual Cosmología llega a asentarse durante un milenio, entonces tendremos mitos fundamentados en teorías como el Big Bang o el Modelo Estándar de Partículas. Así sucedió con las Cosmogonías que subyacen en los mitos Nórdicos, Célticos, Griegos, Indoarios, Védicos, etc.
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