sábado, 27 de noviembre de 2021

El Arquetipo de Týr

 Týr es el Dios del Thing, la asamblea de los hombres libres y armados reunidos para decir el futuro del pueblo. Es el Dios que refrenda los pactos. Los guerreros lo invocan antes de entrar en combate y graban su runa en las armas. Es el Dios del combate honorable, según la ley. En la mitología romana, Mucio Escévola hizo un sacrificio comparable al de Týr, ambos entregaron su mano derecha para salvar a su pueblo. El arquetipo de Týr nos ayuda a progresar en: 

Superar el instinto de autoconservación, entrando en la dimensión heroica. Autoconocimiento perfecto del ser, tanto a nivel individual como sus relaciones con el Universo. En este estado el Ser es transparente consigo mismo y con el Universo, interactuando con eficiencia, sin las resistencias que oponen los complejos. La auténtica sabiduría o iluminación solo se logra cuando se transciende la dimensión individual y se es uno con las fuerzas que rigen el Cosmos. Saber cuándo hay que comprometerse entregándolo todo. Cuál es la guerra que debemos emprender, quiénes son nuestros enemigos y hasta qué punto debemos implicarnos. No todas las causas son queridas por Wotan. Analizar dónde nos llamaba Wotan a luchar. A veces hay que replegarse para seguir luchando en otros frentes.

Týr lidera el Thing, su misión es unir voluntades en los proyectos que harán al pueblo ásatrú más grande y glorioso. Hoy en día los ásatrúar estamos dispersos en pequeños grupos separados por la geografía, las lenguas y las costumbres. Necesitamos líderes como Týr que congreguen al pueblo e impulsen proyectos que nos encaminen a recuperar el poder y la gloria de nuestros ancestros. Todo ásatrú debe liderar en el campo en el que está mejor dotado, donde su aportación es insustituible. Meditemos dónde debemos focalizar nuestros esfuerzos para ser más útiles, el arquetipo de Týr nos guiará.

#Ásatrú

#Odinismo

#Aesir



Arquetipo de Wotan



 La imagen arquetípica de Wotan representa la búsqueda más pura de la sabiduría, de la autorrealización y de la Gloria del Cosmos. Wotan se enfrentó con todo su poder contra las fuerzas del caos; sabiendo que la victoria durante su vida en este universo (o dimensión) no será posible, pero abrirá el camino para una nueva generación de Æsir y una nueva humanidad. Por esto, Wotan es el Alfather. Todos los ásatrúar poseemos el arquetipo de Wotan que late por integrarse en nuestra consciencia. A lo largo de nuestra vida, a través de complejos, de sueños, de pesadillas y de las experiencias de sincronicidad, se nos manifestarán diversas perfectivas parciales del arquetipo de Wotan, como imágenes arquetipales. No rechazar la llamada de Wotan, por duro que sea el camino que nos marque este arquetipo, necesitamos integrarlo en nuestro yo. El odinista consagrado a Wotan es un einherjar, vive únicamente para ser una imagen humana de Wotan, la forma de vida más perfecta que conocemos.

El arquetipo de Wotan es perfecto y completo; los otros arquetipos divinos contienen parte de la fuerza psíquica del arquetipo de Wotan, especializando su enfoque y su dinámica de actuación. Si un individuo está falto de valor, virtud que Wotan posee en plenitud (cómo demostró cuando entregó su ojo en la fuente de Mímir o cuándo se colgó en Yggdrásil), tiene a su disposición en lo inconsciente colectivo el arquetipo de Týr. Trabajar el arquetipo de Týr permite centrarse en un conjunto limitado de virtudes relacionadas armónicamente. Los demás arquetipos (el resto de arquetipos que no son el de Wotan) los podemos definir como subconjuntos coherentes y armónicos del arquetipo de Wotan, cuya función es la autorrealización parcial del individuo. ¿Cómo podemos obtener el mayor rendimiento del Arquetipo de Wotan (sí-mismo)? Tenemos a nuestro alcance varias estrategias que pueden implementarse simultáneamente, generando sinergias:

Prestando atención a nuestros sueños y complejos. Detectando los elementos que los componen, descodificándolos del contexto cotidiano para ver que dimensiones en nuestro desarrollo individual están poco o nada desarrollarlas. Una vez analizada esta información psíquica buscamos en las Eddas ejemplos de cómo Wotan integró estas carencias y posteriormente las superó. Wotan es el mejor ejemplo de autosuperación sin miedo al dolor o al Destino incierto.

La lectura continua de los mitos, interiorizándolos, reflexionando tanto su contenido, como su estructura lógica. Una vez hayamos asimilado un mito, al recibir una imagen/símbolo de lo inconsciente, nuestra mente la interpretará según los conceptos y categorías del mito desencadenándose los procesos psicológicos de crecimiento.

Los mitos nos ayudan a conocernos a nosotros mismos: ¿Quién soy?, ¿Por qué soy como soy?, ¿Por qué no me acepto tal cual soy?, ¿Qué aspiraciones tengo? ¿Qué camino de realización me propongo? ¿Cuáles son mis metas y objetivos a corto, medio y largo plazo?,

¿Quiénes son mis enemigos internos y externos?, ¿Cuáles son mis limitaciones físicas, mentales, emocionales, sociales, psicológicas, etc.? Este estudio para que sea eficaz debe hacerse por escrito y colocando metas de autoconocimiento. Observar el entorno: personas, animales, montañas, ríos, el mar, objetos artificiales, etc. ¿Qué sensaciones me aportan de forma instintiva?, ¿Cuáles me generan miedo o desasosiego?, ¿Cómo me relaciono con un desconocido?, ¿Con agresividad, con desconfianza, con precaución, de forma amistosa?

Cuando vivimos nuestra vida conforme al arquetipo de Wotan, no la cambiaríamos por otra. Decidimos libremente vivir como nuestros ancestros, luchando con honor bajo la guía de los Dioses. No porque necesitemos su protección, sino porque ellos poseen una ciencia y un conocimiento superior transmitido por la tradición. Por eso, es esencial mantener la pureza de nuestra cultura, sin contaminarla con los vicios procedentes de la “globalización”, “outsourcing”, “fast food”, “el usar y tirar”, “mestizaje cultural”, “el hombre-masa”…

El hombre es un ser social, muchas veces al proyectar un camino de autorrealización olvidamos que solos no podemos acometerlo. Hasta los mayores héroes se apoyaron en sus amigos, deudos y familiares. Debemos analizar e interpretar nuestra psique y el mundo que nos rodea en términos sociales. Necesitamos construir comunidades fuertes y solidarias en las que los ásatrúar puedan desarrollar un proyecto de futuro para nuestro pueblo, no solo en el ámbito personal o familiar, sino como alternativa a un mundo regido por las fuerzas del caos que pretenden esclavizar y silenciar a todas las personas, comulguen o no con la globalización. Cada ásatrú tiene un destino, una misión y un legado que transmitir.



¡Espíritu Suevo!


 

Desconcertante hubo de ser para los suevos conversar con los predicadores cristianos. La concepción de la divinidad, y por tanto modelo del ser en su plenitud, no podrían ser más antitéticas. Para los suevos los dioses son seres que se encuentran en constantes apuros de los que no siempre salen bien parados, que buscan respuesta a sus dilemas vitales y que tienen presente que su tiempo, por muy largo que sea en comparación con la vida humana es finito. El Ragnarök acecha en todo lo que hacen, dando plenitud a una vida que se escapa en cada instante. En cambio, el dios del desierto se nos presenta como un paternal déspota que impone su ley a través del miedo a la condenación eterna. Aquí ya surge una cuestión que seguro no pasó desapercibida a nuestros ancestros, si la ley es tal, como no se cumple imperiosamente; como la piedra que se hunde en el lago o el rayo que incendia el bosque. ¿Por qué un dios tan poderoso pide que se cumpla su ley? ¿Por qué no la impone por la fuerza de su brazo y en su lugar recurre al parloteo de predicares y obispos? Nuestros ancestros debieron desternillarse de risa cuando un apóstol vestido con un saco alzó la mirada a los cielos y con severas palabras declamó los diez mandamientos.

 

Si el dios del desierto es omnisciente, los dioses y diosas de los suevos se preguntan el porqué de los fenómenos, sus causas y su finalidad. Uno es Él, el único, el supremo; los otros son ellos, un pueblo que no excluye admitir nuevos compañeros en la aventura de ser dioses. Uno creo el Universo en su omnipotencia manteniéndose como regio observador, los otros no se atribuyen tal hazaña, pero se preocupan por evitar el colapso prematuro de Midgard y del Cosmos en su conjunto. Uno existió siempre y nunca tendrán fin sus días; los otros nacieron hace eones y como criaturas naturales sus vidas tendrán un final, por eso no se afanan en regir la vida de los demás, sino que fundan familias, tienen hijos, construyen máquinas prodigiosas con las que satisfacen sus necesidades y expandir su sociedad y cultura. Los dioses de los suevos constituyen el modelo para todo hombre y mujer libre que ansíe hacer de su existencia algo digno para ser recordado.  La  vida de cada suevo se entrelaza con la urdimbre del mito constituyendo el tejido del espíritu del Pueblo que impulsa a cada individuo a manifestar el héroe que ya es. Por el contrario, el cristiano ─como cualquier prosélito─ renuncia a ser el mismo, a conocerse a sí mismo, a vivir su vida, abandonándose a la voluntad del dios omnipotente, castrando si es necesario sus apetitos, pues más vale entrar tuerto en el reino de los cielos que condenarse al fuego eterno. “Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo y échalo a la basura. Mejor es entrar tuerto al reino de los cielos que ir al infierno con los dos ojos”. Mateo 18:6-9. Tal precepto es sin duda inhumano y el legislador que lo promulgó un sádico. Pocos cristianos se han sacado un ojo cuando han pecado o se han cortado una mano cuando han realizado un acto impúdico. Y es que en el fondo los adeptos del libro sagrado tienen una fe de palabra y no de hechos, como tantas veces les han recriminado los profetas de su dios. En el fondo no creen, pues la fe se prueba por las obras y los paganos vemos pocos tuertos, mancos y cojos con los que llenar las salas del Paraíso. “Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma”. Santiago 2:17.

Frente a una espiritualidad vital, regida por los instintos de supervivencia y plenitud, por la voluntad de ser uno mismo y no otro, nuestros ancestros, los suevos, se encontraron con un credo que se fundaba en la autolisis y en la negación del Destino. Les debió resultar ridículo que un hombre o una mujer renunciasen a su ser íntimo, a manifestar en el mundo su voluntad de dejar huella, de perpetuarse en un recuerdo que se uniese a las leyendas y sagas que en las frías noches se cantaban al calor de la lumbre de las cuales se alimentarían los futuros héroes y heroínas. Se les invitaba gentilmente a bajar la cabeza, a ponerse de rodillas y a besar la cruz de un dios que era la encarnación del pecado hecho mandamiento. Ellos que tan cerca sentían a los dioses a los que acompañaban en las batallas y con los que compartían sangre y festín. Donde un héroe exhortaba a sus compañeros a combatir la adversidad, la fealdad y la tiranía con el mejor ánimo allí estaban Wotan, Thor, Freyja, Tyr…

Fueron los santos y vírgenes cristianos, copias macabras de los héroes y heroínas, los responsables de la expansión del evangelio. En ellos los prosélitos ven al mismísimo dios de la zarza ardiente. Es en los santos donde reside lo absurdo del monoteísmo pues cada santo encarna la psicología de un dios pagano o un arquetipo de la espiritualidad ancestral europea, que nos recuerda que Europa nunca fue cristiana en su corazón y que aquellos que fueron bautizados por la fuerza de la ley amaban la vida proscrita bajo el calificativo de pecaminosa, que en sí era y es vida humana la cual es un reflejo de los mitos y leyendas que cantaron  los suevos.