El Reinado de Hermenerico I
Las fuentes literarias para
estudiar este periodo son muy limitadas y al mismo tiempo segadas
ideológicamente, al ser escritas por clérigos cristianos con resentimiento
hacia los paganos que les habían quitado su poder político y económico.
Hidacio de Lemica, compuso una
Historia que comprende los sucesos acontecidos en Gallaecia entre el 379 y el
469. Su mesianismo y odio hacia los Suevos han sido puestos de manifiesto por
los historiadores Wilhelm Reinhart y Casimiro Torres. Su crónica adolece de un
marcado maniqueísmo combinado con una visión apocalíptica previa a la segunda
llegada del Nazareno. Los germanos son presentados como paganos que disfrutan
asesinando, quemando, robando, etc.:
“Las
desolaciones de alanos, vándalos y suevos por España
(409-410) desencadenaron cuatro mortales plagas: el hierro de los soldados y de los tiránicos exactores de tributos,
que consumen todos los recursos del país; el hambre, que llega a extremos de
antropofagia; la peste, que siembra cadáveres por todas partes; las bestias
feroces, que, avezadas a la carne insepulta, infestan la tierra.”
Paulo Orosio,
natural de Braga, tiene una visión más optimista de la incursión de los pueblos
bárbaros en el Imperio Romano. Su célebre obra “Contra los Paganos”, está
presidida por una visión profundamente semita. La historia es concebida
linealmente, universalmente y providencialmente por el dios de Abraham. Los males
que sufre el Imperio a manos de los bárbaros son permitidos por dios como medio
para preparar a la humanidad para la parusía, la segunda venida del Nazareno.
Las acusaciones de los romanos paganos contra los cristianos por haber
debilitado al Imperio con su religión alejada de los valores marciales romanos
es refutada por Orosio con el argumento de que antes del Imperio Romano
existieron otros Imperios que sucumbieron, todo ello dentro de una caminar de
la historia hacia la encarnación del verbo, la evangelización y la parusía final.
Desde la llegada de los Suevos, Vándalos
y Alanos a Hispania transcurrieron dos años hasta que decidieron asentarse. Según
el obispo y terrateniente Hidacio, los invasores se repartieron a suertes las
provincias de Hispania. Esta costumbre estaba muy arraigada entre los pueblos
indoeuropeos. A los Suevos y a los Vándalos Asdingos les toco en suerte Gallaecia.
Los Suevos se establecieron en el sur de Gallaecia y los Vándalos Asdingos en
el norte. Los Alanos se asentaron en la provincia Cartaginense, la más extensa
y los Vándalos Silingos en la provincia Bética, la más rica y romanizada de las
repartidas. La provincia Tarraconense, permaneció bajo el control del emperador
Máximo, hecho que es interpretado por muchos historiadores como prueba de un
pacto entre los invasores y los hispanorromanos.
Se especula sobre la forma
jurídica empleada para el reparto de tierras entre los recién llegados y los
hispanos romanos. La ley ad inhabitandum[i]
permitía al estado ceder lotes de tierra a los bárbaros, conservando de estos
lotes los hispanorromanos dos tercios y el otro tercio se entrego en propiedad
a los Suevos. Cuando se asentaron los visigodos el reparto fue dos tercios para
estos y el tercio restante para los hispanorromanos. En esa época la autoridad
Imperial había decaída y eran las comunidades locales las que negociaron con
los Visigodos.
L. Schmidt opina que el rey suevo
Hermenrico firmó un pacto de foedus
con el emperador Honorio en el año 411. La principal prueba que aporta este
historiador reside en las monedas de plata acuñadas con el anverso de Honorio y
el reverso del rey suevo Reciario. W. Reinhart considera que dicho pacto no
existió, pues los suevos no actuaron como federados del Imperio, manteniendo su
absoluta independencia política frente al Imperio.
Honorio ante la grave situación
económica, política y militar no pudo actuar de forma contundente contra los
pueblos germánicos invasores de Hispania. Tuvo que esperar a reunir fuerzas
suficientes una vez que consiguió que en otros frentes más próximos a Roma
fuera restablecido el orden imperial. Honorio tuvo que encarar la campaña de los visigodos de Alarico en
Italia, que culminó con la toma y saqueo de Roma por los visigodos. A la muerte del gran rey Alarico (gótico: Allreiks, rey de todos), los visigodos eligieron a
Ataulfo, el cual después de enterrar
al heroico rey debajo del curso del río Busento en la ribera del Cosenza[ii],
se dirigió hacia Hispania con la intención de embarcarse hacia el norte de África.
Las provincias del norte de África
eran las más ricas del Imperio, producían gran cantidad de trigo, aceite y
vino. El Imperio de Occidente dependía de esta fuente de trigo para alimentar a
la población de la urbe y a las legiones, una vez que el trigo de Egipto estaba
bajo el control del Imperio Oriental. Ataulfo (gótico: Aþawulfs, ‘lobo noble)
estableció su corte en Barcino y se caso con Gala Placidia, hecho que enfureció
a Honorio (era su hermana por parte de su padre, Teodosio I). Ataulfo quería firmar
un pacto de foedus con Honorio que legalizase su nuevo reino en norte de África
y conseguir que la flota romana transportase a los godos. El asesinato de
Ataulfo por parte de Eberwulf supuso
el nombramiento de Walia como rey
que continuó las negociaciones con los romanos.
Concluyeron en un pacto de foedus, por el cual los visigodos recibirían
seiscientos mil modios de trigo y territorios para asentar a su pueblo.
Los Visigodos a cambio deberían
destruir a los pueblos que se habían asentado en Hispania. En año 417, un
ejército de Visigodos dirigidos por su rey se enfrentó a los vándalos silingos
liderados por Fredebaldo, que fueron
derrotados, su rey capturado y enviado a Roma como trofeo. A continuación el
poderoso ejército visigodo se dirige contra los Alanos, famosos por su eficaz
caballería pesada. El rey alano Ataces
fallece en la batalla y los alanos fuertemente diezmados prefieren no elegir un
nuevo rey e integrarse en la nación de los Vándalos Asdingos, cuyo rey Gunterico se tituló rex Wandalorum et Alanorum. El siguiente
rival para los Visigodos de Walia serían los Suevos de Hermenerico y los Vándalos
de Gunterico, que se encontraban acantonados en Gallaecia. La táctica romana de
emplear a los pueblos germánicos en luchas fratricidas había dado resultado una
vez más. Esta táctica se completaba con incumplir casi siempre sus promesas. Si
las revisamos, vemos como los emperadores emplearon a los visigodos en
numerosas campañas de las que sacaron poco más que el botín, a cambio sufrieron
numerosas bajas.
La salida anticipada de los
Visigodos de Hispania antes de someter a los Suevos y los Vándalos Asdingos no
está clara. Parece ser que el general Constancio ante el éxito de las armas
visigodas tuvo el temor de que toda
Hispania quedase bajo su control y por
ello llamó a los Visigodos. W. Reinhart[iii]
por su parte apunta la hipótesis de que debido a las bajas sufridas frente a
los ejércitos Vándalo y Alano, los visigodos necesitasen reorganizarse,
haciendo el enfrentamiento contra Hermenerico y Gunterico una campaña demasiado
arriesgada. Walia se dirigió al sur de la Galia, para tomar posesión de las
provincias y comarcas cedidas a los visigodos por Honorio. Estas fueron la
Aquitania Segunda y comarcas alrededor de Toulouse, plaza en la que establecieron
su capital. Posteriormente veremos cómo Honorio hizo una entrega de territorios
envenenada, pues instaló en sus proximidades a los Francos y a los Burgundios
fomentando la discordia entre estas naciones.
Al salir el ejército visigodo de
Hispania, se produjo según Hidacio una guerra entre los Vándalos y los Suevos. El
grueso del ejército Suevo con su rey a la cabeza sale de Galicia y se dirigen a
los montes Nervasios, situados entre el Bierzo y Asturias. Las fuerzas más
numerosas de Vándalos Asdingos y Alanos buscan un enfrentamiento directo, pero
el rey Suevo prefiere situar sus tropas en lo alto de los montes Nervasios
utilizando la posición alta como factor que nivele la diferencia en número. Los
Vándalos y Alanos ante las bien construidas posiciones defensivas de los suevos
se preparan para un largo asedio[iv].
La falta de maquinas de asalto y la poca paciencia de los germanos para llevar
buen término el asedio de una montaña bien atrincherada, lleva a Gunterico a
buscar la oportunidad de lanzar una campaña de pillaje. Asaltan Braga, donde
matan a algunos suevos, a continuación se dirigen hacia la Lusitania,
incendiando y asaltando las poblaciones mal defendidas. En la Bética causaron
tales destrozos que el nombre Vándalo paso a ser sinónimo de “persona salvaje y
destructiva”. Hermenerico, en año 419 a la cabeza de la nación Sueva se lanza
entonces a ocupar toda Galicia. Recupera Braga, toma Tui y Orense. Se dirige
hacia Lucus Augusti, pero no consigue tomarla, en parte por sus fuertes murallas
y la presencia de topas legionarias reforzadas por caballería visigoda.
Lucenses y Suevos llegan a un acuerdo de paz, se intercambian prisioneros. En
palabras del historiador Benito Vicetto, desde entonces Lucenses y Suevos
quedaron como dos naciones amigas. El comes
Hispaniarum Asterio con un ejército romano se enfrentó a los Vándalos y
los Alanos, causándoles muchas bajas.
En torno al año 422 el Imperio envía
a Hispania un ejército al mando del general Castino, acompañado por una fuerza
goda. El objetivo del Imperio era expulsar a los Vándalos de la Bética, pero
son derrotados, quedando la Bética y parte de la Cartaginense en poder de los
Vándalos. Esta vez los visigodos deciden no apoyar a los romanos, observando cómo
son aniquilados por su primos.
[i] Wilhelm
Reinhart, Historia General del Reino Suevo, Madrid 1952, página 35.
[ii] Para
ello los visigodos realizaron una gran obra de ingeniería, desviaron el río
Busento a su paso por Cosenza y practicaron en el lecho del río una fosa en la
que enterraron al gran rey con su tesoro y los esclavos que trabajaron en la
obra, para que nadie supiese donde estaba enterrado. Esta práctica pagana nos
muestra que el cristianismo de los godos era únicamente una condición necesaria
para poder establecer pactos con el Imperio y con los romanos.
[iii]
Wilhelm Reinhart, opus cit. página 37.
[iv] Benito
Vicetto, Historia de Galicia, Tomo II, Ferrol 1866, páginas 198 y 199.