sábado, 19 de mayo de 2018


El Reinado de Hermenerico I


Las fuentes literarias para estudiar este periodo son muy limitadas y al mismo tiempo segadas ideológicamente, al ser escritas por clérigos cristianos con resentimiento hacia los paganos que les habían quitado su poder político y económico.

Hidacio de Lemica, compuso una Historia que comprende los sucesos acontecidos en Gallaecia entre el 379 y el 469. Su mesianismo y odio hacia los Suevos han sido puestos de manifiesto por los historiadores Wilhelm Reinhart y Casimiro Torres. Su crónica adolece de un marcado maniqueísmo combinado con una visión apocalíptica previa a la segunda llegada del Nazareno. Los germanos son presentados como paganos que disfrutan asesinando, quemando, robando, etc.:
“Las desolaciones de alanosvándalos y suevos por España (409-410) desencadenaron cuatro mortales plagas: el hierro de los soldados y de los tiránicos exactores de tributos, que consumen todos los recursos del país; el hambre, que llega a extremos de antropofagia; la peste, que siembra cadáveres por todas partes; las bestias feroces, que, avezadas a la carne insepulta, infestan la tierra.

Paulo Orosio, natural de Braga, tiene una visión más optimista de la incursión de los pueblos bárbaros en el Imperio Romano. Su célebre obra “Contra los Paganos”, está presidida por una visión profundamente semita. La historia es concebida linealmente, universalmente y providencialmente por el dios de Abraham. Los males que sufre el Imperio a manos de los bárbaros son permitidos por dios como medio para preparar a la humanidad para la parusía, la segunda venida del Nazareno. Las acusaciones de los romanos paganos contra los cristianos por haber debilitado al Imperio con su religión alejada de los valores marciales romanos es refutada por Orosio con el argumento de que antes del Imperio Romano existieron otros Imperios que sucumbieron, todo ello dentro de una caminar de la historia hacia la encarnación del verbo, la evangelización y la parusía final.

Desde la llegada de los Suevos, Vándalos y Alanos a Hispania transcurrieron dos años hasta que decidieron asentarse. Según el obispo y terrateniente Hidacio, los invasores se repartieron a suertes las provincias de Hispania. Esta costumbre estaba muy arraigada entre los pueblos indoeuropeos. A los Suevos y a los Vándalos Asdingos les toco en suerte Gallaecia. Los Suevos se establecieron en el sur de Gallaecia y los Vándalos Asdingos en el norte. Los Alanos se asentaron en la provincia Cartaginense, la más extensa y los Vándalos Silingos en la provincia Bética, la más rica y romanizada de las repartidas. La provincia Tarraconense, permaneció bajo el control del emperador Máximo, hecho que es interpretado por muchos historiadores como prueba de un pacto entre los invasores y los hispanorromanos.

Se especula sobre la forma jurídica empleada para el reparto de tierras entre los recién llegados y los hispanos romanos. La ley ad inhabitandum[i] permitía al estado ceder lotes de tierra a los bárbaros, conservando de estos lotes los hispanorromanos dos tercios y el otro tercio se entrego en propiedad a los Suevos. Cuando se asentaron los visigodos el reparto fue dos tercios para estos y el tercio restante para los hispanorromanos. En esa época la autoridad Imperial había decaída y eran las comunidades locales las que negociaron con los Visigodos.

L. Schmidt opina que el rey suevo Hermenrico firmó un pacto de foedus con el emperador Honorio en el año 411. La principal prueba que aporta este historiador reside en las monedas de plata acuñadas con el anverso de Honorio y el reverso del rey suevo Reciario. W. Reinhart considera que dicho pacto no existió, pues los suevos no actuaron como federados del Imperio, manteniendo su absoluta independencia política frente al Imperio.

Honorio ante la grave situación económica, política y militar no pudo actuar de forma contundente contra los pueblos germánicos invasores de Hispania. Tuvo que esperar a reunir fuerzas suficientes una vez que consiguió que en otros frentes más próximos a Roma fuera restablecido el orden imperial. Honorio tuvo que encarar  la campaña de los visigodos de Alarico en Italia, que culminó con la toma y saqueo de Roma por los visigodos.  A la muerte del gran rey Alarico (gótico: Allreiks, rey de todos), los visigodos eligieron a Ataulfo, el cual después de enterrar al heroico rey debajo del curso del río Busento en la ribera del Cosenza[ii], se dirigió hacia Hispania con la intención de embarcarse hacia el norte de África.

Las provincias del norte de África eran las más ricas del Imperio, producían gran cantidad de trigo, aceite y vino. El Imperio de Occidente dependía de esta fuente de trigo para alimentar a la población de la urbe y a las legiones, una vez que el trigo de Egipto estaba bajo el control del Imperio Oriental. Ataulfo (gótico: Aþawulfs, ‘lobo noble) estableció su corte en Barcino y se caso con Gala Placidia, hecho que enfureció a Honorio (era su hermana por parte de  su padre, Teodosio I). Ataulfo quería firmar un pacto de foedus con Honorio que legalizase su nuevo reino en norte de África y conseguir que la flota romana transportase a los godos. El asesinato de Ataulfo por parte de Eberwulf supuso el nombramiento de Walia como rey que continuó las negociaciones con los romanos.  Concluyeron en un pacto de foedus, por el cual los visigodos recibirían seiscientos mil modios de trigo y territorios para asentar a su pueblo.

Los Visigodos a cambio deberían destruir a los pueblos que se habían asentado en Hispania. En año 417, un ejército de Visigodos dirigidos por su rey se enfrentó a los vándalos silingos liderados por Fredebaldo, que fueron derrotados, su rey capturado y enviado a Roma como trofeo. A continuación el poderoso ejército visigodo se dirige contra los Alanos, famosos por su eficaz caballería pesada. El rey alano Ataces fallece en la batalla y los alanos fuertemente diezmados prefieren no elegir un nuevo rey e integrarse en la nación de los Vándalos Asdingos, cuyo rey Gunterico se tituló rex Wandalorum et Alanorum. El siguiente rival para los Visigodos de Walia serían los Suevos de Hermenerico y los Vándalos de Gunterico, que se encontraban acantonados en Gallaecia. La táctica romana de emplear a los pueblos germánicos en luchas fratricidas había dado resultado una vez más. Esta táctica se completaba con incumplir casi siempre sus promesas. Si las revisamos, vemos como los emperadores emplearon a los visigodos en numerosas campañas de las que sacaron poco más que el botín, a cambio sufrieron numerosas bajas.

La salida anticipada de los Visigodos de Hispania antes de someter a los Suevos y los Vándalos Asdingos no está clara. Parece ser que el general Constancio ante el éxito de las armas visigodas tuvo  el temor de que toda Hispania quedase bajo su control  y por ello llamó a los Visigodos. W. Reinhart[iii] por su parte apunta la hipótesis de que debido a las bajas sufridas frente a los ejércitos Vándalo y Alano, los visigodos necesitasen reorganizarse, haciendo el enfrentamiento contra Hermenerico y Gunterico una campaña demasiado arriesgada. Walia se dirigió al sur de la Galia, para tomar posesión de las provincias y comarcas cedidas a los visigodos por Honorio. Estas fueron la Aquitania Segunda y comarcas alrededor de Toulouse, plaza en la que establecieron su capital. Posteriormente veremos cómo Honorio hizo una entrega de territorios envenenada, pues instaló en sus proximidades a los Francos y a los Burgundios fomentando la discordia entre estas naciones.

Al salir el ejército visigodo de Hispania, se produjo según Hidacio una guerra entre los Vándalos y los Suevos. El grueso del ejército Suevo con su rey a la cabeza sale de Galicia y se dirigen a los montes Nervasios, situados entre el Bierzo y Asturias. Las fuerzas más numerosas de Vándalos Asdingos y Alanos buscan un enfrentamiento directo, pero el rey Suevo prefiere situar sus tropas en lo alto de los montes Nervasios utilizando la posición alta como factor que nivele la diferencia en número. Los Vándalos y Alanos ante las bien construidas posiciones defensivas de los suevos se preparan para un largo asedio[iv]. La falta de maquinas de asalto y la poca paciencia de los germanos para llevar buen término el asedio de una montaña bien atrincherada, lleva a Gunterico a buscar la oportunidad de lanzar una campaña de pillaje. Asaltan Braga, donde matan a algunos suevos, a continuación se dirigen hacia la Lusitania, incendiando y asaltando las poblaciones mal defendidas. En la Bética causaron tales destrozos que el nombre Vándalo paso a ser sinónimo de “persona salvaje y destructiva”. Hermenerico, en año 419 a la cabeza de la nación Sueva se lanza entonces a ocupar toda Galicia. Recupera Braga, toma Tui y Orense. Se dirige hacia Lucus Augusti, pero no consigue tomarla, en parte por sus fuertes murallas y la presencia de topas legionarias reforzadas por caballería visigoda. Lucenses y Suevos llegan a un acuerdo de paz, se intercambian prisioneros. En palabras del historiador Benito Vicetto, desde entonces Lucenses y Suevos quedaron como dos naciones amigas. El comes  Hispaniarum Asterio con un ejército romano se enfrentó a los Vándalos y los Alanos, causándoles muchas bajas.

En torno al año 422 el Imperio envía a Hispania un ejército al mando del general Castino, acompañado por una fuerza goda. El objetivo del Imperio era expulsar a los Vándalos de la Bética, pero son derrotados, quedando la Bética y parte de la Cartaginense en poder de los Vándalos. Esta vez los visigodos deciden no apoyar a los romanos, observando cómo son aniquilados por su primos.





[i] Wilhelm Reinhart, Historia General del Reino Suevo, Madrid 1952, página 35.
[ii] Para ello los visigodos realizaron una gran obra de ingeniería, desviaron el río Busento a su paso por Cosenza y practicaron en el lecho del río una fosa en la que enterraron al gran rey con su tesoro y los esclavos que trabajaron en la obra, para que nadie supiese donde estaba enterrado. Esta práctica pagana nos muestra que el cristianismo de los godos era únicamente una condición necesaria para poder establecer pactos con el Imperio y con los romanos.
[iii] Wilhelm Reinhart, opus cit. página 37.
[iv] Benito Vicetto, Historia de Galicia, Tomo II, Ferrol 1866, páginas 198 y 199.



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