domingo, 12 de enero de 2020

La Anábasis de Ciro, La Epopeya de los Diez Mil


La Anábasis de Ciro, La Epopeya de los Diez Mil 

Entre las virtudes que vertebran la ética ásatrú destacan el valor, la lealtad y el cumplimiento de la palabra dada. Los 12.000 guerreros griegos que participaron en la Anábasis de Ciro el Joven, aun siguen siendo un referente para los que seguimos el camino marcado por los Dioses. Vamos a relatar brevemente esta gesta que impresionó a los griegos contemporáneos de Jenofonte y fue la que guió a Alejandro en su conquista del Imperio Aqueménida.
La sucesión de un rey, por poderoso que sea, siempre es problemática. Darío II tenía dos herederos, el mayor Arsicas ─el futuro Artajerjes II─ y Ciro el Joven, un hombre que brillaba con luz propia. Darío II veía en Atenas el gran rival del Imperio, envió a Ciro como sátrapa de Lidia, Frigia y Capadocia, las satrapías más próximas a las polis jonias, aliadas de Atenas. En el año 408 a.e.c. Ciro negoció con el general espartano Lisando una sólida alianza entre el Imperio y Esparta. Atacó a las ciudades jonias que formaban parte de la liga de Delos,  conquistándolas después de derrotar a los atenienses. Darío II al presentir su muerte llamó a Ciro a Susa, deseaba que sus dos hijos trabajasen juntos por la grandeza del Imperio Aqueménida. Arsicas sería coronado como Gran Rey, con el nombre de Artajerjes II y Ciro el Joven conservaría el gobierno de las satrapías más próximas a Grecia. El sátrapa Tisafernes, miembro de una antigua familia con experiencia en derrocar reyes, estaba resentido porque Darío II le había quitado sus satrapías entregándoselas a Ciro, el cual había demostrado ser un gran hombre de estado. Tisafernes acusó a Ciro el Joven de organizar un complot contra su hermano Artajerjes II y este ordenó el encarcelamiento de Ciro. Artajerjes II devolvió a Tisafernes las satrapías de Lidia y Capadocia, pero solo fue temporal, pues la madre del monarca, Parisátide, convenció a Artajerjes II de la falsedad del complot.
Ciro el Joven recuperó el gobierno de las satrapías de Lidia, Capadocia y Frigia. Al llegar a sus territorios Ciro se propuso organizar un poderoso ejército para vengarse de Tisafernes, para ello aprovecha sus contactos con los espartanos y comenzó a reclutar mercenarios griegos, que después de las guerras del Peloponeso estaban sin medio de subsistencia. Llegan hoplitas de todo el Hélade y de la Magna Grecia, a los cuales seduce con una gran campaña que liberará las ciudades jonias de la tiranía de Tisafernes y sus aliados. El gran ejército se congregó en la capital de Lidia, Sardes; lo formaban unos 12.000 hoplitas y 2500 peltastas (infantería ligera griega) y 50.000 soldados persas. Comenzaron su marcha liberando las polis jonias, que recibieron a Ciro como un libertador, solo en Mileto los partidarios de Tisafernes pudieron ofrecer resistencia. Artajerjes II veía este conflicto como una guerra entre sátrapas, por lo que decidió no intervenir. Al llegar a puerto de Issos, Ciro recibió a los últimos griegos, entre los que estaban 700 hoplitas espartanos que alistaban como aliados. Después de atravesar Cilicia y Siria, los griegos empezaron a preocuparse, habían cumplido los objetivos de la expedición, por qué seguir adentrándose en territorio enemigo. La tensión llegó a producir un motín entre los griegos que exigieron a Ciro que les informase de sus verdaderas intenciones. Ciro congregó a los griegos y les explicó su plan para deponer a Artajerjes II y coronarse como gran Rey. Si le apoyaban serían ricamente recompensados, pues los estimaba como el contingente principal de su ejército. Los griegos, a pesar de estar enfadados por el engaño, decidieron seguir adelante por el ansia de Gloria y riquezas. Artajerjes II en este momento ya sabía cuáles eran las intenciones de Ciro, ordenó a Tisafernes replegarse y no plantar batalla hasta que hubiese reunido al gran ejército persa. Los ejércitos de los hermanos se divisaron el 3 de septiembre del 401 a.e.c. en la localidad de Cunaxa, a unos 70 km al norte de Babilonia, en el corazón del Imperio.
Artajerjes II había reunido un ejército de más 120.000 hombres, el doble que el de Ciro, al desplegarse el ejército de Ciro no fue capaz de cubrir el frente de batalla de Artajerjes, lo que facilitaba una acción envolvente por las tropas del Gran Rey. Ciro confiaba en la fiereza de los griegos, en las cerradas falanges hoplíticas capaces de abrirse paso contra infantería, caballería o carros de combate. Los griegos rompieron las líneas persas, ni la caballería ni los carros frenaron su avance. Ante la masacre propiciada por los hoplitas toda el ala izquierda persa cedió, al comienzo lentamente, mas la continua presión de las falanges hicieron perder la fe a los persas, comenzando una cobarde desbandada que propicio una gran matanza. Ciro al comprobar el triunfo de los hoplitas, decidió continuar con su plan ─como intentó después Alejandro Magno─ dio la orden a la élite de su caballería pesada, 600 jinetes” que le escoltasen en una cabalgada hasta las posiciones de su hermano. La caballería pesada de Ciro se abrió paso entre las formaciones de infantería de Artajerjes II, este no huyó enfrentándose a Ciro en un asalto que decidiría el futuro del Imperio. Las crónicas cuentan que Ciro llegó a herir a Artajerjes, pero una traicionera flecha se interpuso en el combate singular, hiriendo de muerte a Ciro. El general Arieo ordenó el repliegue de las tropas de Ciro, que ante la muerte de su líder se veían ya derrotadas. Mientras tanto los griegos habían parado su avance, esperando órdenes de Ciro. Estaban cansados, pero habían realizado gestas propias de los héroes. Al llegar la noche, sin recibir noticias de Ciro, se extendió la preocupación entre los expedicionarios. Los griegos retrocedieron a su campamento, que vieron saqueado. Tisafernes, al mando de la caballería se lanzó contra las falanges hoplíticas, pero estas volvieron a repelerla, causando tantas bajas que Artajerjes II ordenó que no se lanzase ningún ataque frontal contra los griegos. Cercados los griegos por una fuerza diez veces superior, solo les quedaba la opción de negociar una retirada honorable hasta las costas jonias o del Helesponto. Tisafernes aprovechó esta debilidad para concertar una tregua que permitió a los griegos retirarse hasta las orillas de Tigris. Allí, en el campamento de Tisafernes se reunieron los principales jefes griegos con el sátrapa para negociar. Tisafernes traicionó la palabra dada, hizo prisioneros a los generales y como estos no cedieron a sus pretensiones los ejecutó. La noticia de la traición de Tisafernes y la muerte de los líderes causó un gran pesar, el pánico empezó a aflorar en los duros hoplitas. En este momento de zozobra surgió la figura de Jenofonte, discípulo de Sócrates y experimentado oficial durante las guerras del Peloponeso. Jenofonte vio en un sueño a Artemisa que le infundió fe su destino, le exhortó a hablar al ejército transmitiéndoles valor y determinación; si permanecían unidos como hasta ahora lograrían regresar a sus hogares. La oratoria de Jenofonte hizo recobrar a los griegos su gallardía, podrían vivir o morir, pero como dignos hijos de Grecia. Los griegos colocaron lo poco que recuperaron de su campamento en  carros y mulas, en el centro de ejército, pues estaban rodeados por los persas.
Comenzaron a caminar a través de los desiertos de Babilonia y Siria. Los persas para debilitarlos quemaban las poblaciones por las que pasaban, les impedían recoger forraje para las monturas, dificultaban el acceso a las fuentes y les negaban las colinas para fortificarse durante las noches. El hambre empezó a debilitar sus cuerpos que no su espíritu. Al llegar a Armenia, divisaron las cimas nevadas, pasaban de caminar por desiertos con  una vestimenta ligera a enfrentarse a un crudo invierno. Una noche nevó mientras dormían, al levantarse se dieron cuenta que la nieve les había aislado del frío, pero al iniciar la marcha sentían que sus túnicas no les protegían del frío, ni del viento helador. Sus sandalias se había congelado pegándose a los pies, si se quitaban las sandalias se arrancaban la piel. En estas condiciones, sin apenas comida, perseguidos por un ejército muy numeroso, pero que en su cobardía no les plantaba una batalla frontal, continuaron su marcha con la esperanza puesta en las polis del mar Negro. Al subir la última montaña y divisar el mar la emoción se propagó por todo el ejército, parecía que habían superado lo peor y ahora compatriotas griegos les ayudarían. En la primera ciudad que pidieron ayuda vieron como se la negaban. Artajerjes II había enviado emisarios amenazando a las ciudades que los apoyasen. Trapezunte (Trebisonda) llegó amenazar al cuerpo expedicionario si se aproximaba a sus puertas. Ante esta nueva traición, continuaron por la costa norte de Asia menor hasta que llegaron a Bizancio, donde por fin pudieron cruzar el Helesponto y llegar a la ansiada patria. La expedición había durado 15 meses y habían recorrido más de 1.500 km en territorio enemigo. Llegaron a sus hogares más de 6.000 supervivientes, la mayoría de los cuales volvieron alistarse en el ejército que el rey espartano Argesilao organizó para castigar al Imperio Arqueménida. Habían demostrado la superioridad de las tácticas hoplíticas y de la fortaleza física y moral de los griegos. Alejandro Magno, setenta años después conquistaría aquel vasto Imperio.

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