6.Evolución de la Situación
Política, Económica y Militar del Imperio Romano en los siglos III y IV
Las
continuas guerras civiles entre las élites romanas y la corrupción de sus
instituciones habían debilitado la economía del Imperio, disponiendo de menores
recursos para defender los extensos limes. Roma no era capaz de impedir la
entrada de tribus germánicas dentro de sus límites. Por este motivo Roma
intentó utilizar a los recién instalados como tropas auxiliares que defendieran
los limes. En tiempos de Augusto, grupos de getas se habían instalado en Mesia
(Bulgaria). Los godos no se enfrentaron
a los poderosos ejércitos que dirigieron los emperadores Marco Aurelio y
Cómodo, como si lo hicieron los marcomanos. El año 213 una alianza de tribus
suevas, formada por alamanes, hermunduros, cuados y marcomanos, llegaron hasta los Alpes, siendo un foco de peligro
para los emperadores Maximino el Tracio (235-238), Gordiano III (238-244)
y Filipo el Árabe (244-249). En el
norte, los francos y sajones actuaban como piratas fluviales robando a los
comerciantes del bajo Rin, haciendo más difíciles las comunicaciones con
Britania. En el año 251 el emperador Decio murió luchando contra los pueblos
del Danubio.
Durante
el mandato del emperador Claudio II el Gótico (268-270) los godos cruzaron el
mar Negro, siendo vencidos por las legiones romanas. Orosio (VII, 22, 7-9)
narra cómo los Francos y los alamanes llegaron hasta la Península Ibérica,
causando una gran devastación en Tarragona. Los cuados y otras tribus suevas asolaron
Panonia. Durante el siglo III, los germanos se contentan con asaltar villas de
ricos aristócratas romanos, consiguiendo un fácil botín, sin ambicionar el
dominio del territorio ni ocupar las ciudades, pues no disponían de los medios
de asalto necesarios para tomar una plaza fortificada.
La
inseguridad hace que las ciudades romanas levanten murallas en lugares tan
distantes de los limes como Lugo. Aureliano (270-275) aumentó las defensas de
Roma, mientras Galerio y Probo cerraron acuerdos con tribus germánicas para
asentarlas dentro de los limes como foedus (aliados). En este momento algunas
familias godas recibieron tierras a cambio de defender una zona fronteriza. Los
romanos pensaban que la fragmentación de los germanos y su condición de
bárbaros los hacía incapaces de formar reinos independientes. El tesoro
imperial estaba prácticamente agotado, después de una serie emperadores débiles
que eran derrocados en cruentas guerras civiles. También hay que señalar el
peligro que provenía de los Partos que
amenazaban zonas vitales del Imperio como Siria, Anatolia, etc. Otro grave
problema de los romanos era que no disponían de levas lo suficientemente
numerosas para cubrir las bajas que los continuos conflictos creaban, haciendo
que la calidad de sus legiones fuese bajando. Los germanos con el tiempo
adoptaron estrategias de los romanos.
Constantino
trasladó la capital a Constantinopla, con el fin de estar más lejos de las
tribus germánicas que intentaban cruzar los Alpes. Durante la dinastía
Teodosiana, en la corte las intrigas de los eunucos y de los generales,
convirtieron a los emperadores en unos gobernantes alejados del pueblo y de la
realidad. El fanatismo de obispos como Ambrosio de Milán o Agustín de Hipona
privará a Roma de sus tradiciones, socavando los principios que hicieron a Roma
ser grande. El Senado era ninguneado, pasando el poder al consejo Imperial
(Sacrum Consistorium) y el magister officiorum se encargaba de los principales
asuntos del Imperio. Las provincias se hacen cuasi autónomas al mando de
gobernadores civiles. Las diócesis agrupan varias provincias siendo el vicario
el magistrado que las gobierna. A su vez las diócesis se agrupan en las
prefecturas, al mando de un prefecto. El imperio se dividirá en cuatro
prefecturas: Galias (Galia, Hispania y Britania), Italica (Italia y norte de
África), Oriente (Tracia, Macedonia, Asia, Egipto y Ponto) y Ilírico (Panonia,
Dalmacia y Mesia).
Los
comités y duces tenían el mando militar en las provincias, bajo el mando de los
magister equitum y magister peditum, que a su vez dependían de magister militum
praesentalis o general de los ejércitos, que respondía directamente ante el
emperador. En el siglo IV, los altos cargos militares están en manos de la
aristocracia romana y de germanos al servicio de Roma, situación que generará
grandes tensiones.
En
Hispania el vicario residía en Mérida y los gobernadores de Gallaecia en Braga,
de la Lusitania en Mérida, de la Bética en Córdoba, de la Tarraconense en
Tarragona, de la Carthaginense en Cartagena, de la Mauritania en Tánger y el de
las Islas Baleares en Magona. Esta organización administrativa de Diocleciano
favoreció a las aristocracias locales con lo que el número de sublevaciones de
los prefectos aumentó.
En
medio de la decadencia del Imperio romano surgió la personalidad de Juliano II,
llamado el apostata por los cristianos que imbuidos del odio no supieron ver
los logros del último de los emperadores de Roma. Comenzó su reinado derrotando
a los germanos que habían invadido la Galia, atravesó el Rhin, devastando el
territorio y recuperando a 20.000 prisioneros romanos. Derrotó a una poderosa
confederación de alamanes al mando de su rey Chonodomario que contaba con unos
35.000 guerreros con tan solo 15.000 soldados romanos. La muerte de Juliano II
en Mesopotamia, se produjo el 23 de
junio de 363, con su fallecimiento se puede decir que el Imperio Romano deja de
existir, pasando a estar regido por clérigos, eunucos y militares sin
escrúpulos. Juliano II había organizado una gran expedición para terminar con
el peligro que suponía el Imperio Persa.
Para
ello trazó una alianza con el rey de Armenia Arsaces II, para llevar al trono
al príncipe Hormizd,
hermano del emperador Sapor II. El ejército romano armenio sumaba 65.000
soldados bien equipados y experimentados. Después de derrotar a los persas
en Seleucida del Tigris, avanzó hacia el norte para unirse a las fuerzas del
general Procopio, en una marcha forzada
para finalizar la conquista de Mesopotamia, pero el magnicidio cometido por un
cristiano que lanzó una jabalina, posiblemente a instancias de Valentiniano,
supuso la muerte del último emperador romano, ya que los emperadores cristianos
repudiaron la tradición y la religión de sus antepasados para ser siervos de un
dios semita.
Fue
nombrado emperador Joviano al cual no le importó claudicar vergonzosamente ante
los persas, echando por tierra todos los triunfos conseguidos por los romanos y
los armenios. No le importó ceder gran parte de la Armenia conquistada por
Diocleciano a cambio de retirarse a las fronteras romanas.
Como
era de experar, Joviano solo reinó unos meses, los suficientes para que
Valentiniano consiguiese los apoyos necesarios y se olvidase su complicidad en
el asesinato de Juliano II el Pagano. Valentiniano era un arriano de origen
panonio humilde, rudo, inculto pero curtido en las campañas militares.
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