martes, 7 de marzo de 2017

6.Evolución de la Situación Política, Económica y Militar del Imperio Romano en los siglos III y IV


Las continuas guerras civiles entre las élites romanas y la corrupción de sus instituciones habían debilitado la economía del Imperio, disponiendo de menores recursos para defender los extensos limes. Roma no era capaz de impedir la entrada de tribus germánicas dentro de sus límites. Por este motivo Roma intentó utilizar a los recién instalados como tropas auxiliares que defendieran los limes. En tiempos de Augusto, grupos de getas se habían instalado en Mesia (Bulgaria). Los godos no  se enfrentaron a los poderosos ejércitos que dirigieron los emperadores Marco Aurelio y Cómodo, como si lo hicieron los marcomanos. El año 213 una alianza de tribus suevas, formada por alamanes, hermunduros, cuados y marcomanos, llegaron  hasta los Alpes, siendo un foco de peligro para los emperadores Maximino el Tracio (235-238), Gordiano III (238-244) y  Filipo el Árabe (244-249). En el norte, los francos y sajones actuaban como piratas fluviales robando a los comerciantes del bajo Rin, haciendo más difíciles las comunicaciones con Britania. En el año 251 el emperador Decio murió luchando contra los pueblos del Danubio.
Durante el mandato del emperador Claudio II el Gótico (268-270) los godos cruzaron el mar Negro, siendo vencidos por las legiones romanas. Orosio (VII, 22, 7-9) narra cómo los Francos y los alamanes llegaron hasta la Península Ibérica, causando una gran devastación en Tarragona. Los cuados y otras tribus suevas asolaron Panonia. Durante el siglo III, los germanos se contentan con asaltar villas de ricos aristócratas romanos, consiguiendo un fácil botín, sin ambicionar el dominio del territorio ni ocupar las ciudades, pues no disponían de los medios de asalto necesarios para tomar una plaza fortificada.

La inseguridad hace que las ciudades romanas levanten murallas en lugares tan distantes de los limes como Lugo. Aureliano (270-275) aumentó las defensas de Roma, mientras Galerio y Probo cerraron acuerdos con tribus germánicas para asentarlas dentro de los limes como foedus (aliados). En este momento algunas familias godas recibieron tierras a cambio de defender una zona fronteriza. Los romanos pensaban que la fragmentación de los germanos y su condición de bárbaros los hacía incapaces de formar reinos independientes. El tesoro imperial estaba prácticamente agotado, después de una serie emperadores débiles que eran derrocados en cruentas guerras civiles. También hay que señalar el peligro que provenía de los Partos que amenazaban zonas vitales del Imperio como Siria, Anatolia, etc. Otro grave problema de los romanos era que no disponían de levas lo suficientemente numerosas para cubrir las bajas que los continuos conflictos creaban, haciendo que la calidad de sus legiones fuese bajando. Los germanos con el tiempo adoptaron estrategias de los romanos.

Constantino trasladó la capital a Constantinopla, con el fin de estar más lejos de las tribus germánicas que intentaban cruzar los Alpes. Durante la dinastía Teodosiana, en la corte las intrigas de los eunucos y de los generales, convirtieron a los emperadores en unos gobernantes alejados del pueblo y de la realidad. El fanatismo de obispos como Ambrosio de Milán o Agustín de Hipona privará a Roma de sus tradiciones, socavando los principios que hicieron a Roma ser grande. El Senado era ninguneado, pasando el poder al consejo Imperial (Sacrum Consistorium) y el magister officiorum se encargaba de los principales asuntos del Imperio. Las provincias se hacen cuasi autónomas al mando de gobernadores civiles. Las diócesis agrupan varias provincias siendo el vicario el magistrado que las gobierna. A su vez las diócesis se agrupan en las prefecturas, al mando de un prefecto. El imperio se dividirá en cuatro prefecturas: Galias (Galia, Hispania y Britania), Italica (Italia y norte de África), Oriente (Tracia, Macedonia, Asia, Egipto y Ponto) y Ilírico (Panonia, Dalmacia y Mesia).

Los comités y duces tenían el mando militar en las provincias, bajo el mando de los magister equitum y magister peditum, que a su vez dependían de magister militum praesentalis o general de los ejércitos, que respondía directamente ante el emperador. En el siglo IV, los altos cargos militares están en manos de la aristocracia romana y de germanos al servicio de Roma, situación que generará grandes tensiones.

En Hispania el vicario residía en Mérida y los gobernadores de Gallaecia en Braga, de la Lusitania en Mérida, de la Bética en Córdoba, de la Tarraconense en Tarragona, de la Carthaginense en Cartagena, de la Mauritania en Tánger y el de las Islas Baleares en Magona. Esta organización administrativa de Diocleciano favoreció a las aristocracias locales con lo que el número de sublevaciones de los prefectos aumentó.

En medio de la decadencia del Imperio romano surgió la personalidad de Juliano II, llamado el apostata por los cristianos que imbuidos del odio no supieron ver los logros del último de los emperadores de Roma. Comenzó su reinado derrotando a los germanos que habían invadido la Galia, atravesó el Rhin, devastando el territorio y recuperando a 20.000 prisioneros romanos. Derrotó a una poderosa confederación de alamanes al mando de su rey Chonodomario que contaba con unos 35.000 guerreros con tan solo 15.000 soldados romanos. La muerte de Juliano II en Mesopotamia,  se produjo el 23 de junio de 363, con su fallecimiento se puede decir que el Imperio Romano deja de existir, pasando a estar regido por clérigos, eunucos y militares sin escrúpulos. Juliano II había organizado una gran expedición para terminar con el peligro que suponía el Imperio Persa.
Para ello trazó una alianza con el rey de Armenia Arsaces II, para llevar al trono al príncipe Hormizd, hermano del emperador Sapor II. El ejército romano armenio sumaba 65.000 soldados bien equipados y experimentados. Después de derrotar a los persas en Seleucida del Tigris, avanzó hacia el norte para unirse a las fuerzas del general  Procopio, en una marcha forzada para finalizar la conquista de Mesopotamia, pero el magnicidio cometido por un cristiano que lanzó una jabalina, posiblemente a instancias de Valentiniano, supuso la muerte del último emperador romano, ya que los emperadores cristianos repudiaron la tradición y la religión de sus antepasados para ser siervos de un dios semita.

Fue nombrado emperador Joviano al cual no le importó claudicar vergonzosamente ante los persas, echando por tierra todos los triunfos conseguidos por los romanos y los armenios. No le importó ceder gran parte de la Armenia conquistada por Diocleciano a cambio de retirarse a las fronteras romanas.


Como era de experar, Joviano solo reinó unos meses, los suficientes para que Valentiniano consiguiese los apoyos necesarios y se olvidase su complicidad en el asesinato de Juliano II el Pagano. Valentiniano era un arriano de origen panonio humilde, rudo, inculto pero curtido en las campañas militares.

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