La Anábasis de Ciro, La Epopeya de los Diez Mil
Entre las virtudes que vertebran la ética ásatrú destacan el valor, la lealtad
y el cumplimiento de la palabra dada. Los 12.000 guerreros griegos que participaron
en la Anábasis de Ciro el Joven, aun siguen siendo un referente para los que
seguimos el camino marcado por los Dioses. Vamos a relatar brevemente esta
gesta que impresionó a los griegos contemporáneos de Jenofonte y fue la que
guió a Alejandro en su conquista del Imperio Aqueménida.
La sucesión de un rey, por poderoso que sea, siempre es problemática. Darío
II tenía dos herederos, el mayor Arsicas ─el futuro Artajerjes II─ y Ciro el
Joven, un hombre que brillaba con luz propia. Darío II veía en Atenas el gran
rival del Imperio, envió a Ciro como sátrapa de Lidia, Frigia y Capadocia, las satrapías
más próximas a las polis jonias, aliadas de Atenas. En el año 408 a.e.c. Ciro
negoció con el general espartano Lisando una sólida alianza entre el Imperio y
Esparta. Atacó a las ciudades jonias que formaban parte de la liga de Delos, conquistándolas después de derrotar a los atenienses.
Darío II al presentir su muerte llamó a Ciro a Susa, deseaba que sus dos hijos
trabajasen juntos por la grandeza del Imperio Aqueménida. Arsicas sería coronado
como Gran Rey, con el nombre de Artajerjes II y Ciro el Joven conservaría el
gobierno de las satrapías más próximas a Grecia. El sátrapa Tisafernes, miembro
de una antigua familia con experiencia en derrocar reyes, estaba resentido
porque Darío II le había quitado sus satrapías entregándoselas a Ciro, el cual
había demostrado ser un gran hombre de estado. Tisafernes acusó a Ciro el Joven
de organizar un complot contra su hermano Artajerjes II y este ordenó el
encarcelamiento de Ciro. Artajerjes II devolvió a Tisafernes las satrapías de
Lidia y Capadocia, pero solo fue temporal, pues la madre del monarca,
Parisátide, convenció a Artajerjes II de la falsedad del complot.
Ciro el Joven recuperó el gobierno de las satrapías de Lidia, Capadocia y
Frigia. Al llegar a sus territorios Ciro se propuso organizar un poderoso
ejército para vengarse de Tisafernes, para ello aprovecha sus contactos con los
espartanos y comenzó a reclutar mercenarios griegos, que después de las guerras
del Peloponeso estaban sin medio de subsistencia. Llegan hoplitas de todo el
Hélade y de la Magna Grecia, a los cuales seduce con una gran campaña que
liberará las ciudades jonias de la tiranía de Tisafernes y sus aliados. El gran
ejército se congregó en la capital de Lidia, Sardes; lo formaban unos 12.000
hoplitas y 2500 peltastas (infantería ligera griega) y 50.000 soldados persas.
Comenzaron su marcha liberando las polis jonias, que recibieron a Ciro como un
libertador, solo en Mileto los partidarios de Tisafernes pudieron ofrecer
resistencia. Artajerjes II veía este conflicto como una guerra entre sátrapas,
por lo que decidió no intervenir. Al llegar a puerto de Issos, Ciro recibió a
los últimos griegos, entre los que estaban 700 hoplitas espartanos que
alistaban como aliados. Después de atravesar Cilicia y Siria, los griegos
empezaron a preocuparse, habían cumplido los objetivos de la expedición, por qué
seguir adentrándose en territorio enemigo. La tensión llegó a producir un motín
entre los griegos que exigieron a Ciro que les informase de sus verdaderas
intenciones. Ciro congregó a los griegos y les explicó su plan para deponer a
Artajerjes II y coronarse como gran Rey. Si le apoyaban serían ricamente
recompensados, pues los estimaba como el contingente principal de su ejército.
Los griegos, a pesar de estar enfadados por el engaño, decidieron seguir adelante
por el ansia de Gloria y riquezas. Artajerjes II en este momento ya sabía cuáles
eran las intenciones de Ciro, ordenó a Tisafernes replegarse y no plantar
batalla hasta que hubiese reunido al gran ejército persa. Los ejércitos de los
hermanos se divisaron el 3 de septiembre del 401 a.e.c. en la localidad de
Cunaxa, a unos 70 km al norte de Babilonia, en el corazón del Imperio.
Artajerjes II había reunido un ejército de más 120.000 hombres, el doble
que el de Ciro, al desplegarse el ejército de Ciro no fue capaz de cubrir el
frente de batalla de Artajerjes, lo que facilitaba una acción envolvente por
las tropas del Gran Rey. Ciro confiaba en la fiereza de los griegos, en las
cerradas falanges hoplíticas capaces de abrirse paso contra infantería,
caballería o carros de combate. Los griegos rompieron las líneas persas, ni la
caballería ni los carros frenaron su avance. Ante la masacre propiciada por los
hoplitas toda el ala izquierda persa cedió, al comienzo lentamente, mas la
continua presión de las falanges hicieron perder la fe a los persas, comenzando
una cobarde desbandada que propicio una gran matanza. Ciro al comprobar el
triunfo de los hoplitas, decidió continuar con su plan ─como intentó después
Alejandro Magno─ dio la orden a la élite de su caballería pesada, 600 jinetes”
que le escoltasen en una cabalgada hasta las posiciones de su hermano. La
caballería pesada de Ciro se abrió paso entre las formaciones de infantería de
Artajerjes II, este no huyó enfrentándose a Ciro en un asalto que decidiría el
futuro del Imperio. Las crónicas cuentan que Ciro llegó a herir a Artajerjes,
pero una traicionera flecha se interpuso en el combate singular, hiriendo de
muerte a Ciro. El general Arieo ordenó el repliegue de las tropas de Ciro, que
ante la muerte de su líder se veían ya derrotadas. Mientras tanto los griegos
habían parado su avance, esperando órdenes de Ciro. Estaban cansados, pero
habían realizado gestas propias de los héroes. Al llegar la noche, sin recibir
noticias de Ciro, se extendió la preocupación entre los expedicionarios. Los
griegos retrocedieron a su campamento, que vieron saqueado. Tisafernes, al
mando de la caballería se lanzó contra las falanges hoplíticas, pero estas
volvieron a repelerla, causando tantas bajas que Artajerjes II ordenó que no se
lanzase ningún ataque frontal contra los griegos. Cercados los griegos por una
fuerza diez veces superior, solo les quedaba la opción de negociar una retirada
honorable hasta las costas jonias o del Helesponto. Tisafernes aprovechó esta
debilidad para concertar una tregua que permitió a los griegos retirarse hasta las
orillas de Tigris. Allí, en el campamento de Tisafernes se reunieron los
principales jefes griegos con el sátrapa para negociar. Tisafernes traicionó la
palabra dada, hizo prisioneros a los generales y como estos no cedieron a sus
pretensiones los ejecutó. La noticia de la traición de Tisafernes y la muerte
de los líderes causó un gran pesar, el pánico empezó a aflorar en los duros
hoplitas. En este momento de zozobra surgió la figura de Jenofonte, discípulo
de Sócrates y experimentado oficial durante las guerras del Peloponeso. Jenofonte
vio en un sueño a Artemisa que le infundió fe su destino, le exhortó a hablar
al ejército transmitiéndoles valor y determinación; si permanecían unidos como
hasta ahora lograrían regresar a sus hogares. La oratoria de Jenofonte hizo
recobrar a los griegos su gallardía, podrían vivir o morir, pero como dignos
hijos de Grecia. Los griegos colocaron lo poco que recuperaron de su campamento
en carros y mulas, en el centro de
ejército, pues estaban rodeados por los persas.
Comenzaron a caminar a través de los desiertos de Babilonia y Siria. Los
persas para debilitarlos quemaban las poblaciones por las que pasaban, les
impedían recoger forraje para las monturas, dificultaban el acceso a las fuentes
y les negaban las colinas para fortificarse durante las noches. El hambre
empezó a debilitar sus cuerpos que no su espíritu. Al llegar a Armenia,
divisaron las cimas nevadas, pasaban de caminar por desiertos con una vestimenta ligera a enfrentarse a un
crudo invierno. Una noche nevó mientras dormían, al levantarse se dieron cuenta
que la nieve les había aislado del frío, pero al iniciar la marcha sentían que
sus túnicas no les protegían del frío, ni del viento helador. Sus sandalias se
había congelado pegándose a los pies, si se quitaban las sandalias se
arrancaban la piel. En estas condiciones, sin apenas comida, perseguidos por un
ejército muy numeroso, pero que en su cobardía no les plantaba una batalla
frontal, continuaron su marcha con la esperanza puesta en las polis del mar
Negro. Al subir la última montaña y divisar el mar la emoción se propagó por
todo el ejército, parecía que habían superado lo peor y ahora compatriotas
griegos les ayudarían. En la primera ciudad que pidieron ayuda vieron como se
la negaban. Artajerjes II había enviado emisarios amenazando a las ciudades que
los apoyasen. Trapezunte (Trebisonda) llegó amenazar al cuerpo expedicionario
si se aproximaba a sus puertas. Ante esta nueva traición, continuaron por la
costa norte de Asia menor hasta que llegaron a Bizancio, donde por fin pudieron
cruzar el Helesponto y llegar a la ansiada patria. La expedición había durado
15 meses y habían recorrido más de 1.500 km en territorio enemigo. Llegaron a
sus hogares más de 6.000 supervivientes, la mayoría de los cuales volvieron alistarse
en el ejército que el rey espartano Argesilao organizó para castigar al Imperio
Arqueménida. Habían demostrado la superioridad de las tácticas hoplíticas y de la
fortaleza física y moral de los griegos. Alejandro Magno, setenta años después
conquistaría aquel vasto Imperio.
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