Valhalla
Wotan construyó el Valhalla para
albergar a los mejores guerreros ásatrúar de todas las eras. Una gran sala de
dimensiones incomensurables preside el recinto, donde se celebran banquetes y
combates singulares hasta la llegada del esperado Ragnarök. Las antorchas
desprenden una luz tan intensa como la solar, haciendo brillar las armaduras y
las espadas como diamantinas. El techo está recubierto con escudos de oro refulgente.
Se cuenta que tiene más de 540 puertas, de tal anchura, que puede salir un
batallón formado por 800 guerreros en cada fila. ¡Tantos son los escogidos por
el Alfather para librar la batalla decisiva que doblegará al mal! ¡No
desoigamos esta llamada, vivamos y muramos conforme a nuestra sangre! ¡Defendamos
el legado de los Ancestros!
La vida de los Einherjar es dura
y sangrienta, todas las noches mueren descuartizados y desangrados, pero el
poder del Alfather los devuelve a la vida; premiándolos con un banquete en el
cual podrán compartir con sus camaradas las emociones de los combates. Las
hermosas Valkirias preparan y sirven sabrosos platos regados con la mejor de
las cervezas. Cada Einherjar debe despertar su yo profundo, viviendo conforme a
su naturaleza, sin miedos, sin complejos, sin vaguerías, etc. La disciplina de
las legiones romanas y el ardor de los godos se amalgaman para constituir los
batallones de los guerros del Ragnarök, los sagrados Einherjar. Ellos son la
Gloria de la estirpe ásatrúar y el orgullo de los Æsir.
Valerio Máximo[1] nos narra como los
guerreros cimbrios y los celtas hispanos vivián por y para el combate “saltaban de alegría al partir al combate,
pensando abandonar este mundo de una forma feliz y honorable. En cambio, en las
enfermedades se lamentaban de verse amenazados por un final miserable y
vergonzoso”. Este espíritu está presente entre los vikingos, para los cuales
la muerte por enfermedad, la temible muerte de paja, era el peor de los destinos,
prefiriendo quitarse ellos mismo la vida a morir en el lecho.
[1] Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables,
II, 6, 11. Añade Valerio Máximo que los cimbrios y los celtas hispanos tenían
las mismas canciones de gesta, himnos y danzas de guerra.
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