jueves, 29 de diciembre de 2022

La Monarquía en el Reino Visigodo de Toledo

 

La Monarquía

 

Era la institución central del pueblo visigodo y del reino. Isidoro sitúa la consolidación de la monarquía visigoda en el año 382 en la persona de Alarico y en la provincia de Moesia[1]. Jordanes nos dice que Alarico era de la estirpe de los Balthos, la segunda en prestigio en la raza gótica solo superada por los Amalos. Los reyes eran caudillos de una nación permanentemente en armas que vagabundeaba por Europa. Durante el reino de Tolosa la dinastía de Teodorico asentó al pueblo visigodo en el Sur de Francia y noreste de Hispania. Atanagildo establece la capital y corte del reino en Toledo. Será Leovigildo el que dote a la realeza visigoda de la pompa y el boato del ceremonial bizantino. Hasta ese momento los reyes no se vistieron con ropajes regios. La conversión al catolicismo condujo a que el rey fuese revestido de la condición sacra, creándose un ritual inspirado en el antiguo testamento de ungimiento del soberano. Las frecuentes disputas por la corona llevaron a plantearse a los intelectuales de su tiempo sobre los medios lícitos para alcanzar el poder y cuando un monarca era un tirano. Isidoro en sus etimologías dejó escrito[2]: “serás rey si obras rectamente; si no obras así, no lo serás”. Un debate que llevará más tarde a plantear los conceptos de legitimidad de origen versus de ejercicio.

La sucesión a la corona entre los godos era electiva y se basa en el derecho germánico. La realidad era que en muchas ocasiones no se cumplieron los preceptos establecidos en la ley. A comienzos del siglo V el poder estaba en manos de los hijos de Teodorico I que lo mantuvieron durante más de un siglo. De facto, estamos ante una sucesión hereditaria refrendada por la aclamación de la asamblea del pueblo en armas como sucedió en los Campos Cataláunicos ante la pira funeraria de Teodorico I, sucediéndole Thurismundo. Hasta Leovigildo fue frecuente el regicidio entre los godos como lo refrendo Gregorio de Tours. La oligarquía ostrogoda, que se asentó durante la minoría de Amalarico, fue capaz de coronar a dos de sus  miembros: Theudis y Theudiselo. A la muerte de Atanagildo se establecieron fórmulas para posibilitar la sucesión obviando la elección: asociación al trono y corregencia, sin duda inspiradas en los modelos romanos del bajo Imperio. El objetivo era que el sucesor constase con un poder que transformarse una elección libre, por parte de la asamblea, en  una aclamación bajo coacción. La elección perdía toda su eficacia, dando paso a un ceremonial de coronación. De esta forma, al no producirse un debate entre los electores, con las consecuentes negociaciones, no se elegía un rey amparado por los usos y costumbres godas; disponiendo la alta nobleza de la exclusa perfecta para confabular y organizar partidos que buscarían el momento de debilidad oportuno del soberano para asesinarlo, y colocar en su lugar a un nuevo rey atado por los compromiso hacia quienes lo arroparon en su golpe de estado.

La asociación solía acompañarse del gobierno de una provincia ─algo similar al nombramiento de un príncipe de Asturias o de Gales─. Fue Leovigildo el soberano que más cerca estuvo de instaurar una dinastía real. La primera norma escrita que recogió el procedimiento de sucesión al reino se promulgó en el IV Concilio de Toledo. Los siguientes concilios la completaron. El colegio electoral estaba formado por magnates laicos y eclesiásticos. Eran elegibles aquellos que reuniesen las condiciones de: godo, nobleza, buenas costumbres y exentos de: infamia y origen extranjero o servil. De los once reyes visigodos posteriores al IV Concilio de Toledo, tan solo tres llegaron a ser coronados conforme a la ley[3].

 


 



Extraído del Libro: Los suevos Libertadores de Hispania, autor: Fernando López de Prado López

[1] José Orlandis, Historia del Reino Visigodo Español. RIALP, Madrid, 2011. Pág. 115.

[2] José Orlandis, opus cit., pág. 116.

[3] José Orlandis, opus cit., pág. 118.

No hay comentarios:

Publicar un comentario