La Monarquía
Era la institución central del pueblo
visigodo y del reino. Isidoro sitúa la consolidación de la monarquía visigoda
en el año 382 en la persona de Alarico y en la provincia de Moesia[1].
Jordanes nos dice que Alarico era de la estirpe de los Balthos, la segunda en
prestigio en la raza gótica solo superada por los Amalos. Los reyes eran
caudillos de una nación permanentemente en armas que vagabundeaba por Europa.
Durante el reino de Tolosa la dinastía de Teodorico asentó al pueblo visigodo
en el Sur de Francia y noreste de Hispania. Atanagildo establece la capital y
corte del reino en Toledo. Será Leovigildo el que dote a la realeza visigoda de
la pompa y el boato del ceremonial bizantino. Hasta ese momento los reyes no se
vistieron con ropajes regios. La conversión al catolicismo condujo a que el rey
fuese revestido de la condición sacra, creándose un ritual inspirado en el
antiguo testamento de ungimiento del
soberano. Las frecuentes disputas por la corona llevaron a plantearse a los
intelectuales de su tiempo sobre los medios lícitos para alcanzar el poder y
cuando un monarca era un tirano. Isidoro en sus etimologías dejó escrito[2]:
“serás rey si obras rectamente; si no obras así, no lo serás”. Un debate que
llevará más tarde a plantear los conceptos de legitimidad de origen versus de
ejercicio.
La sucesión a la corona entre los godos
era electiva y se basa en el derecho germánico. La realidad era que en muchas
ocasiones no se cumplieron los preceptos establecidos en la ley. A comienzos
del siglo V el poder estaba en manos de los hijos de Teodorico I que lo
mantuvieron durante más de un siglo. De facto, estamos ante una sucesión
hereditaria refrendada por la aclamación de la asamblea del pueblo en armas
como sucedió en los Campos Cataláunicos ante la pira funeraria de Teodorico I,
sucediéndole Thurismundo. Hasta Leovigildo fue frecuente el regicidio entre los
godos como lo refrendo Gregorio de Tours. La oligarquía ostrogoda, que se
asentó durante la minoría de Amalarico, fue capaz de coronar a dos de sus miembros: Theudis y Theudiselo. A la muerte
de Atanagildo se establecieron fórmulas para posibilitar la sucesión obviando
la elección: asociación al trono y corregencia, sin duda inspiradas en los
modelos romanos del bajo Imperio. El objetivo era que el sucesor constase con
un poder que transformarse una elección libre, por parte de la asamblea,
en una aclamación bajo coacción. La
elección perdía toda su eficacia, dando paso a un ceremonial de coronación. De
esta forma, al no producirse un debate entre los electores, con las
consecuentes negociaciones, no se elegía un rey amparado por los usos y
costumbres godas; disponiendo la alta nobleza de la exclusa perfecta para
confabular y organizar partidos que buscarían el momento de debilidad oportuno
del soberano para asesinarlo, y colocar en su lugar a un nuevo rey atado por
los compromiso hacia quienes lo arroparon en su golpe de estado.
La asociación solía acompañarse del
gobierno de una provincia ─algo similar al nombramiento de un príncipe de
Asturias o de Gales─. Fue Leovigildo el soberano que más cerca estuvo de
instaurar una dinastía real. La primera norma escrita que recogió el
procedimiento de sucesión al reino se promulgó en el IV Concilio de Toledo. Los
siguientes concilios la completaron. El colegio electoral estaba formado por
magnates laicos y eclesiásticos. Eran elegibles aquellos que reuniesen las
condiciones de: godo, nobleza, buenas costumbres y exentos de: infamia y origen
extranjero o servil. De los once reyes visigodos posteriores al IV Concilio de Toledo,
tan solo tres llegaron a ser coronados conforme a la ley[3].
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