Toda creencia humana, sea filosófica, religiosa, espiritual o científica merece respeto y no debe ser corregida ni perseguida.
Vimos
una época en la que el catolicismo ha tenido que reconocer muchos de los
crímenes de lesa humanidad cometidos por sus ministros. Varios Sumos Pontífices[1] han
reconocido que la evangelización, la Inquisición, la pederastia y el apoyo a
dictaduras fueron errores graves. El lado bondadoso de Cáritas y de los curas
obreros no tiene nada que ver con la Iglesia estado del pasado. El principal
problema que planteó la Iglesia católica fue su afirmación como la única religión legal y, por tanto, quien no fuera católico era un hereje y estaba fuera de la ley.
Recordemos los tristemente famosos autos de fe celebrados en España durante los
siglos XVI al XVIII. Visitemos los museos que guardan los instrumentos con los
que la Inquisición, instrumento de Cristo en la tierra, conseguía las
confesiones de los reos; delitos que hoy sonarían a risa, como lavarse en
sábado.
La
Hispania de los siglos IV al VI era un territorio rico en creencias ancestrales
y también en otras foráneas. La Iglesia católica, como religión extranjera
debería haber respetado las creencias paganas autóctonas, al igual que un
invitado no impone al anfitrión el protocolo de la celebración. Desde su arribo
a Hispania los ministros católicos iniciaron una campaña agresiva de
proselitismo y cuando alcanzaron un número suficiente de fieles y con la
infraestructura del Imperio impusieron la fe católica como fe del estado. El
terror católico se extendió por toda Hispania. En regiones como el norte de
Gallaecia, los cultos paganos resistieron el envite de los obispos, no solo
eso, sino que florecieron muchas comunidades gnósticas, priscilianas y
arrianas. Torres Rodríguez nos dice que la Iglesia en Gallaecia se organizaba
desde las capitales de los tres conventos jurídicos: Braga, Lugo y Astorga.
Braga gozaba de la condición de metropolitano (arzobispado). Durante el reinado
de Hermerico estaba al frente Balconio que según Torres Rodríguez[2] tenía un
gobierno: “patriarcal, bondadoso y abierto”. Durante su mandato combatió las
herejías de priscilianos, origenistas y suevos. La ejecución de Prisciliano
junto a la Puerta Negra, en Treversis, en el año 383 desencadeno una oleada de
indignación en el pueblo gallego que Torres Rodríguez atribuye[3]: “en el
acentuado sentimentalismo del pueblo gallego produjo una masiva compasión la
ejecución de los priscilianistas, que llegó a considerar como mártires”. Para
poner coto a la peligrosa reacción prisciliana el emperador Honorio dicto
severas leyes y el Concilio de Toledo en el 400 dio luz verde a la caza del
prisciliano. Así no los dice Torres Rodríguez[4]: “Todo
Priscilianista convicto era condenado a perdimiento de bienes e inhabilitado
para celebrar contratos o testar. El siervo que delatase a su señor quedaba
libre… Los perfectos y demás oficiales públicos que anduviesen remisos en la
persecución de la herejía pagarían multas de 20 libras de oro.”
La
llegada de los suevos impidió que la legislación Imperial se hiciera efectiva,
animando a muchos maniqueos y herejes a emigrar al reino Suevo para vivir en
libertad su espiritualidad. Ante el Concilio de Toledo del año 400 se
manifestaron tres corrientes: un grupo de obispos apreciaron las verdades
contenidas en la doctrina prisciliana, otros aceptaron las disposiciones
ortodoxas del Concilio y un sector que no acudió y no aceptaba todos los
preceptos del Concilio.
El
gran perseguidor de los priscilianos fue Toribio de Astorga, Santo Toribio para
los católicos ortodoxos. En el año 445, sin la implicación de ningún obispo
metropolitano, siguiendo órdenes expresas de León I y con la colaboración de
Hidacio, obispo de Chaves, y de Cepronio, obispo de Caldas de Reis. Los
gravísimos errores de los priscilianos, según López Caneda[5] eran:
“reprobación del matrimonio; dualismo de principios; panteísmo emantista y
disposición de círculos celestes; peregrinación de las almas; formación casual
del hombre y fatalismo sideral y libertad del hombre”-
Cualquier
persona cuerda no puede ver error en estos puntos porque son cuestiones de
naturaleza filosófica y, por tanto, abiertas al debate intelectual, pero si de
algo carecen los inquisidores es de abertura al debate ni respeto a la libertad
de conciencia. Este terror impuesto por la Iglesia católica no ha sido
suficientemente denunciado.
El
plan inquisitorial de Toribio era[6]: “desenmascarar
a los herejes, que querían pasar por católicos, y que, cuando se les impugnaba,
retiran inmediatamente sus expresiones. Para ello se apeló al testimonio de fieles,
a los que se exhortaba a denunciar a los herejes; para lo que Santo Toribio en un
librito hizo un resumen usando las mismas expresiones de los herejes; para que no
pudieran negarlos”. Esta forma de actuar fue la empleada por las policías secretas
de los regímenes más crueles”.
Extraído del Libro: Los suevos Libertadores de Hispania, autor: Fernando López de Prado López
[1] El Papa
Francisco: “Pido humildemente perdón no solo por las ofensas
de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios
durante la llamada conquista de América”. También ha reconocido el fracaso de las autoridades eclesiásticas "al afrontar
los "crímenes repugnantes"
de los abusos sexuales a menores por parte del clero católico, una lacra que tuvo en
Irlanda una de sus crisis más graves.
[2] Torres Rodríguez, El Reino de los Suevos, pág.
92.
[3] Torres Rodríguez, El Reino de los Suevos, pág. 94.
[4] Torres Rodríguez, El Reino de los Suevos, pág. 94.
[5] Ramón López Caneda, Prisciliano, pág. 129.
[6] Casimiro Torres Quiroga, opus cit., pág. 105.
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